El día 28 de noviembre de 2011 el Congreso de los Diputados aprobaba por unanimidad una declaración en apoyo a la candidatura para que la cultura del vino fuera declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Entre las consideraciones que han llevado a tal propuesta figura la de que han constatado que el vino se encuentra presente en nuestra historia, nuestras artes y nuestra cultura alimentaria.
Está claro que el vino figura unido a la existencia del género humano desde hace milenios y que su consumo moderado es muy recomendable; pero de ahí a considerarlo una manifestación cultural hay un mundo. Bien es verdad que tomado en exceso inspira la creación artística, pero también lo hace el LSD y a nadie se le ha ocurrido elevarlo a los museos.
En relación a lo anterior, alguien me podría objetar que el término viticultura se define como el arte de cultivar las vides; pero yo entiendo que en esta ocasión el término arte viene relacionado con su acepción de disposición y habilidad para hacer una cosa; y aquí puede darse otra objeción; porque resulta que el ser humano ha demostrado a lo largo de la historia disposición y habilidad para hacer muchas cosas, pero no todas son admirables y dignas de premio (baste citar como ejemplos negativos los instrumentos de tortura, la fabricación de bombas atómicas, etc.).
Yo creo que nuestros parlamentarios no han profundizado en las consecuencias que tendría tal declaración por parte de la UNESCO, organización que por otra parte viene sirviendo más bien para poco, como todas las dependientes de la ONU, esa entidad internacional que se ha dotado de un Consejo de Seguridad encargado de mantener la paz y seguridad entre todas las naciones, llegando incluso a la intervención armada en caso necesario; pero siempre que nos centremos en el concepto de paz y seguridad tal como lo entienden cinco de esas naciones, que tienen derecho de veto cuando alguna decisión no les satisface.
Vamos a suponer por un momento que se acuerda la declaración de esa llamada cultura del vino como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad; lo que de inmediato debería acompañarse de varias consecuencias sobra la forma de vida y la legislación que regula nuestra convivencia:
- Se debería permitir el consumo de vino a los niños, porque está claro que un estado social democrático de derecho debe remover todos los obstáculos que impidan el acceso a la cultura desde la más tierna infancia.
- En el mismo sentido de lo anterior, el 18 de mayo, Día Internacional de los Museos, la compra de vino en los supermercados y su consumo en los bares debería ser gratuito, como lo es la entrada a todos los espacios culturales.
- El Código Penal debería ser modificado, para excluir el consumo de vino del tipo penal de conducir bajo la influencia de bebidas alcohólicas; porque es un contrasentido considerar delictivo el consumo de cultura (lo que sólo se hace en las dictaduras). En relación a lo anterior, los taberneros deberían expedir un certificado a los consumidores/conductores cuando hubieran bebido exclusivamente vino, para que las fuerzas y cuerpos de seguridad, a la vista de dicho certificado, no les sometieran a estos conductores a controles preventivos de alcoholemia.
- Se debería crear una comisión parlamentaria para buscar al mayor bebedor de vino de España, para proponerlo a algún premio Nobel, en reconocimiento a su meritorio consumo de cultura. Realmente este premio sería más justo que algunos de los que se han otorgado hasta ahora, como el de Literatura a un primer ministro por un libro de memorias infumable o el de la Paz al presidente de uno de los países más belicistas del mundo.
Yo les diría a nuestros diputados que si quieren proponer declaraciones a la UNESCO, lo hagan, por ejemplo, con el Puente de Alcántara o el Acueducto de la Peña Cortada; por tratarse de unas de las mayores maravillas que nos legó el Imperio Romano, y cuyo disfrute, al contrario que el de vino, no nubla nunca los sentidos ni conduce a riesgos de coma etílico; ya que únicamente pudiera producir el síndrome de Stendhal por exceso de belleza, pero sólo en los casos de personas extremadamente sensibles.
Y por lo que se refiere al vino, si la razón de esta propuesta es intentar estimular el crecimiento de sector vitivinícola; la mejor medida es bajar el precio de las botellas; ya que con la excusa de las denominaciones de origen y unas etiquetas elegantes, en muchas ocasiones se multiplican exponencialmente los precios razonables de estos caldos, con lo que conducen a la generalidad de consumidores a limitar al máximo la compra de estos vinos, decantándose por la compra de envases de cartón o en botellas de varios litros, que no tendrán tanta calidad; pero, dicho sea de paso, emborrachan igual y además, combinan muy bien con la gaseosa.