domingo, 2 de septiembre de 2012

UN ILUSO QUE QUISO VOLAR

Nadie es profeta en su tierra. Ya lo dijo Jesucristo mientras explicaba la ley en la sinagoga de Nazaret y, lamentablemente, esta sentencia ha seguido estando vigente a lo largo de la historia  en la mayoría de los casos en que una persona decide salirse de la norma común, siendo tachado como loco, viéndose ridiculizado y vilipendiado por sus convecinos. Claro que algunas veces, con el paso del tiempo se comprueba que ese idealista no estaba tan ido y que sus estudios suponen una revolución en el conocimiento o un avance en la ciencia. Entonces suele aparecer la hipocresía vecinal y en el pueblo se ensalza a su insigne hijo, colmándole de homenajes o erigiendo un monumento en su honor.

Una de estas manifestaciones sucedió en Coruña del Conde, un pequeño municipio de la provincia de Burgos en el que el 15 de mayo de 1793, uno de sus habitantes llamado Diego Marín Aguilera realizó el primer vuelo constatado en la historia de la Humanidad utilizando un aparato más pesado que el aire. El artilugio metálico, recubierto de plumas, le hizo recorrer unos 360 metros, cayendo por una avería. Sus convecinos se mofaron de él, llamándolo loco y quemando el aparato. Con el paso de los siglos, en ese mismo pueblo se le dedicó un monumento en 1973 y en el punto de inicio del vuelo el Ejército del Aire colocó en 1993 un avión auténtico retirado del servicio. Asimismo, se le ha puesto su nombre a un instituto de enseñanza secundaria en Burgos (que recientemente celebró su 25 aniversario) y en el aeropuerto de dicha capital provincial se inauguró en el año 2009 un monolito con una placa que recuerda la gesta de Diego Marín, acto en el que un dirigente municipal de Coruña del Conde hizo especial hincapié en el sentimiento de orgullo que el reconocimiento de su ilustre paisano había suscitado en la localidad.

Monumento dedicado a Diego Marín Aguilera en Coruña del Conde.

Utilizando el refrán a buenas horas, mangas verdes,  yo hubiera preferido que ese sentimiento de orgullo lo manifestaran en el año 1793 y hubieran animado a su convecino revisar el prototipo para corregir los posibles fallos, en lugar de quemar su sueño.

A continuación voy a realizar una breve reseña histórica de la gesta heroica protagonizada por el buen Diego, para que cada lector pueda juzgar hasta que punto fue un auténtico precursor de la aviación a nivel mundial.

Diego Marín Aguilera nació en Coruña del Conde en 1757, en el seno de una familia de agricultores y ganaderos, siendo el mayor de ocho hermanos. La temprana muerte de su padre de dejó a Diego al cargo de siete hermanos, lo que acentuó su sentido de responsabilidad y el carácter emprendedor del que dio sobradas muestras. Desde muy joven fue ideando pequeños inventos con los que facilitaría el trabajo de sus vecinos, tales como un artilugio para mejorar el funcionamiento del molino, otro para los batanes y otro para aserrar los mármoles de las canteras.

Pero el proyecto que centró su vida fue el llegar a volar como las aves, para lo cual dedicó muchas horas a estudiar el vuelo de las águilas mientras ejercía sus labores de pastoreo, llegando a madurar la idea de que si las aves pesando más que el aire conseguían mantenerse en el mediante el movimiento de las alas, sería posible construir un aparato para transportar a una persona surcando los cielos.

En este punto hemos de decir que hasta la época en la que vivió Diego no hay constatación de ningún vuelo con objetos más pesados que el aire, aunque sí muchos proyectos (como los famosos planeadores y ornitópteros diseñados por Leonardo da Vinci) que acabaron todos en fracaso. El primer vuelo tripulado del que hay constancia se llevó a cabo el 15 de octubre de  1783 en Paris por Jean Francois Pilâtre de Rozier y Francois Laurente d’Arlandes, consiguiendo volar durante 25 minutos recorriendo 8 kilómetros en un globo de aire caliente (y por tanto, más ligero que el aire) inventado por los Hermanos Montgolfier.

Seguramente Diego conociera de ese vuelo en globo y lo animara en su proyecto, que inició sobre el año 1787. Sus estudios del vuelo de las águilas y buitres no le aportaban suficiente información y por ello construyó trampas para cazarlas y estudiar sus alas y conseguir las plumas, que luego utilizaría para recubrir el aparato volador que diseñó, para lo que tuvo en cuenta la proporción entre el peso del cuerpo y la longitud de las alas en las aves. Ayudado por un herrero construyó el armazón metálico con unas articulaciones de hierro para que las alas tuvieran un movimiento de abanico, con unos estribos donde iban colocados pies y manos, que con un movimiento circular proporcionado accionando una manivela aportarían la fuerza necesaria para el movimiento de las alas.

El avión situado junto al castillo marca el punto de inicio del vuelo de Diego.

La noche de 15 de mayo de 1793, ayudado por Joaquín Barbero y una hermana de éste, subieron el aparato cubierto de plumas en la peña más alta del castillo y desde allí Diego emprendió su vuelo, diciendo voy  a Burgo de Osma, de allí a Soria y volveré pasados unos días; consiguiendo alcanzar unos cinco o seis metros de altura sobre el punto de salida, tomando rumbo hacia el Burgo de Osma, pero poco después se rompió uno de los pernos que movían las alas, obligándolo a tomar tierra al otro lado del río.

Sobre lo que ocurrió al día siguiente ya he hablado al principio del artículo, acabando las llamas con el proyecto de Diego, que murió en su pueblo seis años después cuando sólo contaba 44 de edad (desconozco el motivo, pero seguramente la pena tuviera algo que ver).