Las
reflexiones que vierto en este artículo seguramente no sean compartidas por la
mayor parte de las personas que lo lean y no conseguiré disuadirlas de comprar
lotería, pero me quedará la satisfacción de haberlo intentado.
Yo
nunca compro lotería, ya que no soy partidario de regalarle mis dineros al
Estado, que ya se lleva bastante en los impuestos y retenciones que no puedo
evitar que me apliquen, como para encima entregarle voluntariamente otro pico
nada despreciable. La lotería siempre ha sido un sacacuartos disimulado, pero
en los últimos años han crecido el afán recaudatorio hasta límites
insospechados.
Las
posibilidades actuales de que toque el añorado “gordo” de Navidad son de una
entre 100.000 (los números que se introducen en el bombo), lo que supone casi
la mitad de lo que sucedía hasta 1962 en que había 55.000 números. Pero tampoco
existen muchas posibilidades de que toque cualquier premio menor, ya que no llegan a 2.000 los números
premiados, con lo que la probabilidad de premio es de apenas un 5 % (sin contar
el reintegro, que no debe considerarse premio porque se limitan a devolver lo
jugado). El verdadero ganador del sorteo es el Estado, que de antemano se queda
el 30 % de la recaudación y, por si no fuera poco, desde 2013 además se queda
el 20 % de los premios que superen los 2.500 € con el llamado Impuesto de la Lotería.
Los
datos anteriores son objetivos y no merecen crítica alguna, ya que cada uno se
gasta sus dineros en lo que quiere, pero lo que si merece reproche, a mi
parecer, es la forma en la que se publicita el sorteo de Navidad, a mi juicio
rayana a la publicidad engañosa, considerada ilícita por la Ley 34/1988, General de
Publicidad.
La
publicidad engañosa es aquella que de cualquier forma puede inducir a error en
sus destinatarios o afectar a su comportamiento económico, elementos que en mi
modesta opinión se concentran en los anuncios televisivos del sorteo de
Navidad, que apelan al calor del hogar, la amistad o el valor de compartir para
inducir a la compra masiva de décimos, con el consiguiente gasto para el
presupuesto familiar; pero esa inversión en la grandísima mayoría de los casos
no obtendrá premio alguno (recordemos que solo el 5 % obtendrán un premio real,
que por lo general no superará el quíntuplo de lo jugado).
Ya
he explicado los motivos por los que no considero rentable la compra de
lotería, pero en este tema hay una cuestión que llega a irritarme: el paroxismo
por comprar en ciertas administraciones en el error de que así será más fácil
que toque el premio. Yo he hablado con algunos amigos y familiares sobre esta
cuestión y he sido incapaz de hacerles ver que cualquier número tiene las
mismas posibilidades de resultar premiado, lo hayas comprado en Sort, en la Puerta del Sol de Madrid o
en el barrio del Polígono de Toledo. Lo que sucede es que algunas
administraciones venden muchísimos números distintos (creo que en algunos casos
superan los 700), con lo que las posibilidades de que toque un premio en esa
administración son setenta veces más altas que en otra que solo vende diez
números, pero las posibilidades de que toque un número procedente de una administración “superpremiada”, haciendo cola durante horas o abonando un
recargo para obtenerlo más cómodamente, son las mismas que en cualquier otra, porque tú juegas solo un número,
no 700.
Otro
asunto es del “repartidor de dinero”, ya que estamos acostumbrados a ver en los
telediarios del día 22 de diciembre a personas sonrientes que con una copa de
champán en la mano presumen de haber “repartido” un montón de euros, cuando en
realidad lo que han hecho es lucrarse vendiendo una lotería con escasísimas
probabilidades de resultar premiada y, para más inri, en algunos casos han
realizado esa venta aplicando un recargo.
Y
tocado el tema de los sobreprecios, éstos son en la mayor parte de los casos
ilegales, ya que los décimos no se pueden vender con recargo en ningún caso y
las participaciones que pretendan venderse con sobreprecio deberán ser
autorizadas previamente por la Sociedad
Estatal de Loterías y Apuestas del Estado.
Por menos de lo que cuesta un décimo de lotería, se puede viajar desde Toledo hasta Consuegra para disfrutar de esta estampa. |
Si
queréis un buen consejo, el dinero que habitualmente dedicáis a comprar lotería, en lo sucesivo invertirlo en realizar viajes y disfrutaréis de recorrer
ciudades, paisajes y monumentos que os dejaran un buen recuerdo, en lugar del
mal sabor de boca que causa el que no os haya tocado nada en la lotería y, para
colmo de males, algún conocido vuestro que no os cae del todo bien se haya
llevado un “pellizco”.