Hay varias frases célebres relacionadas con las montañas y
la pasión de algunos hombres por hollar su cumbre. Voy a destacar una que me
llamó la atención la primera vez que la leí y que creo que refleja
perfectamente lo que sentimos cuando nos enfrentamos a una aventura montañera:
“Las pasiones humanas son un misterio: quienes se dejan
arrastrar por ellas no pueden explicárselas y quienes no las han vivido no
pueden comprenderlas. Hay seres humanos que se juegan la vida por subir a una
montaña. Nadie, ni siquiera ellos, pueden explicarse realmente por qué…” Michael Ende.
Hace unas semanas ascendí a la cima del pico Teleno, la
montaña mágica que fue objeto de culto desde tiempos inmemoriales y que fue
bautizada por los romanos como Marti
Tileno, documentado por una inscripción que ha aparecido en una lámina de
plata. Este nombre es un sincretismo entre el dios romano Marte, bajo su
advocación agraria, y el dios indígena Tilenus,
nombre que los astures daban al dios celta Teutates;
y ciertamente, cuando uno camina por las faldas de esta montaña y se aproxima a
su cima, comprende que fuera divinizada, porque un sentimiento de paz
espiritual se apodera del senderista.
El Teleno (2 188 m). |
En la cima del Teleno, además del vértice geodésico y otro objetos
típicos de las cimas señeras, tales como los buzones, hay una placa dedicada a
un montañero que perdió la vida haciendo
aquello que a él más le gustaba El Senderismo por la sierra de Gredos. La
cita es textual y eriza el vello leerla a casi 2 200 m de altitud, en
medio de la nieve, mientras soplaba un gélido viento.
Yo me he jugado la vida varias veces por subir a una
montaña, entre otras, ascendiendo al pico Almanzor, máxima altura de la sierra
de Gredos, y de forma más evidente, intentando ascender al pico Torrecerredo,
techo de los picos de Europa (los cuales, por cierto, se contemplan majestuosos
desde la cima del Teleno), y por eso creo que puedo hablar de las razones que
nos impulsan en esa aventura peligrosa.
La principal sensación que transmite la ascensión a una
montaña es la de pequeñez del humano en contraste con la inmensidad de la mole
rocosa que trata de coronar. Luego viene el agotamiento progresivo a medida que
avanza la ruta, sobre todo en los tramos de mayor pendiente y, por fin, llega
el premio de llegar a la cima y disfrutar de tocar el cielo, sin obstáculos a la vista que se pierde a cientos
de kilómetros, respirando el aire puro y fresco. Otro premio algo menor, aunque
desde luego irrenunciable, es disfrutar del descenso, con esa sensación del
objetivo cumplido, regulando las pocas fuerzas que nos quedan y la sensación
total de alivio al llegar al punto de origen.
Pero claro, también hay una parte negativa que no podemos
obviar y es que la actividad montañera tiene sus peligros, algunos de los
cuales surgen de forma imprevista. Los que tenemos esta afición metida en vena sabemos que estamos
expuestos a sufrir algún percance, pero intentamos minimizar los riesgos en la
medida de lo posible; aunque en algunos casos, como en el mío, ese aprendizaje
haya sido a golpes (y siempre dando gracias de que la casi ausencia de
consecuencias negativas). Lamentablemente algunos no han tenido tanta suerte
como yo y se dejaron la vida haciendo aquello que más les gustaba.
La semana anterior a mi ascensión al Teleno, realicé una
excursión por la falda norte de la sierra de Gredos, el mismo día y en el mismo
horario en el cual fallecieron dos montañeros practicando la escalada en el
Circo de la indicada sierra. No pude dejar de pensar que mientras yo obtenía
unas fotos maravillosas de los gigantes de Gredos nevados, dos personas perdían
la vida en ellos. El azar es caprichoso y a veces nos proporciona estos sabores
agridulces.
El Circo de Gredos visto desde las proximidades al nacimiento del río Alberche. |
Voy a terminar mi artículo con otra cita que también explica
en parte nuestra afición:
“Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube
las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y
serena.” Ingmar Bergman.
A medida que pasan los años, y ya son unos pocos los que
llevo pateando por las sierras de
toda España, cada día disfruto más de la libertad y serenidad que proporcionan
las montañas, relativizándose todos los problemas de la vida diaria, estando
plenamente convencido de que el esfuerzo merece la pena, aunque no está demás
llevar un poco de cuidado y no arriesgar demasiado.